Conversaciones de hace 25 años

Viernes por la tarde, a eso de las 5, con mi moneda de 100 pesetas en mi cartera de velcro, bajaba al parque a esperar a Miguel y a Jorge. No había móviles, por supuesto, pero daba igual; sabías que más tarde o más temprano aparecerían.

Una vez reunidos, la primera parada era el kiosko de Sebastián, un señor que se llevó media vida encerrado en un metro cuadrado, rodeado de chucherías y cachivaches, siempre con una sonrisa en la cara.

-Normal, si yo trabajase rodeado de chuches también estaría siempre contento -pensaba mi yo de hace 25 años.

Cada viernes, uno de nosotros invitaba a los otros dos. 20 duros entre tres amigos dan a siete para ellos y seis para ti. Era un bonito gesto de generosa amistad; te sentías satisfecho contigo mismo y la semana siguiente se compensaría. Todo ventajas.

Conforme nos íbamos acercando, a Jorge le daba por preguntar qué chuches íbamos a comprar nosotros: una lengüita, dos palitos de melocotón, un ladrillito…

-¿Y si no hay?

-Un tiburón.

-¿Y si no hay?

-Una fresita.

-¿Y si no hay?

Y así comenzaba un bucle del que era imposible salir, pues cada respuesta iba sucedida por la gran pregunta. Una vez habías nombrado todas y cada una de las chuches que conocías, pasabas a otros comestibles, juguetes, revistas, artículos de broma…

-¿Y si no hay?

-Pues me voy a otro sitio.

-¿Y si no hay?

-Lo abro yo.

-¿Y si no lo abres?

Alguno consideraría que cambiar la pregunta era hacer trampas, pero al haber roto la barrera del “y si no hay” comenzabas a ver la salida al final del túnel y te venías arriba. Iluso.

-Le digo a Miguel que lo abra.

-¿Y si no se lo dices?

-Le digo a otro que lo abra.

-¿Y si no le dices a otro que lo abra?

-Me compro un perro.

-¿Y si no hay?

Vuelta a la casilla de salida. En este punto la frustración era altita, pero no podías rendirte ahora, había que seguir hasta encontrar la salida.

-Pues me voy a Grecia.

-¿Y si no te vas al Grecia?

-Me voy a Yugoslavia.

-¿Y si no te vas a Yugoslavia?

Pero en las situaciones límite, cuando el lobo está acorralado es cuando saca fuerzas de flaqueza y se lanza a dar el último golpe que le dé la gloria o la eternidad.

-Me voy del planeta.

-¿Y si no te vas del planeta?

-Me quedo.

-¿Y si no te quedas?

-Me voy del planeta.

Ya está. No puede seguir repitiendo la misma pregunta porque yo le contestaría con lo mismo y el absurdo colapsaría. Y así, tras 15 o 20 minutos de estirar el chicle, el bucle se acababa. Y automáticamente, sin mayor reflexión sobre el tema, la conversación giraba a la última peli que habíamos alquilado en el videoclub o a las opciones de España de ganar la Eurocopa. Así, tardes enteras.

Hace poco intenté recrear la conversación con un alumno de 11 años:

-Si pudieras comprar una chuche, ¿qué te comprarías?

-Un paquete de gusanitos.

-¿Y si no hay?

-Siempre hay.

-¿Y si no hubiera?

-Lo compro por Internet, que hay de todo.

Fin de la conversación.

En Internet hay de todo. Salvo conversaciones como las de hace 25 años.

Ángel Marcos.

Profesor Primaria

Colegio Mª Auxiliadora - San Vicente
Resumen de privacidad

Utilizamos cookies propias y de terceros para fines analíticos y para mostrarte publicidad personalizada en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos de navegación (por ejemplo, páginas web visitadas). Puedes informarte más nuestros apartados de política de privacidad y política de cookies.