Algunas personas han crecido alrededor de amantes de los deportes, de la cocina o del arte y yo, he tenido la inmensa fortuna de crecer al lado de un amante de la astronomía.
La astronomía se suele confundir con la astrología y, a veces, solo se tiene en cuenta cuando hay eclipses o cae un meteorito y sale en la televisión. Pero la astronomía es mucho más.
Siendo muy pequeña, mi padre me presentó el cosmos a través de un pequeño planisferio celeste que aún conservamos. Como podréis imaginar, era un utensilio algo extraño y difícil de entender, pero albergaba todo lo que se podía ver en una noche estrellada. “¿Cómo va a ser eso posible? Si yo solo veo puntos que brillan en el cielo” A partir de ahí, ya me tenía enganchada.
Dedicamos veranos enteros a observar el cielo con nuestros prismáticos, a buscar los planetas y ver si eran como parecían en la enciclopedia, a observar cómo las constelaciones no eran únicamente una figura dibujada. Durante el año, a ver los documentales de la serie Cosmos, de los cuales había que parar muchas veces para explicar y entender conceptos. Al llegar la comunión, llegó el regalo más esperado de todos: un telescopio. Y de ahí, surgió otra pequeña conexión con el mundo que nos rodea, con todo lo que hay ahí fuera que parece invariable, pero es infinito y; sobre todo, con mi padre.
Con el tiempo, ese gusto por la astronomía se fue volviendo casi un secreto entre los dos; pues hablaba con compañeros y amigos de ella y les parecía raro que me gustara. Al comenzar a estudiar el bachillerato de ciencias comprendí que no servía de nada ocultar algo que a mí me gustara, por muy raro o difícil que resultara para los demás y me marqué un objetivo: llevar la ciencia al aula de la manera más experimentada posible; esta vez, como maestra.
La astronomía es mucho más. Nos permite valorar y conocer el mundo que nos rodea, valorar lo afortunados que somos tanto por vivir como por poder observar esa belleza cósmica día tras día, disfrutar del cielo y de todo lo que nos ofrece con solo mirarlo un par de minutos al día. Imaginar de dónde partimos y hacia dónde vamos, saber que todo está unido por un vínculo divino, que tenemos que cuidar: la naturaleza, los seres vivos y nuestro clima.
Os invito que, al menos esta noche; en esta vida tan llena de plazos y horarios, observemos el cielo desde nuestro balcón o ventana. Admiremos el regalo que Dios nos ofrece con solo dedicar unos minutos.
¿Queréis saber cómo era el cielo nocturno el día que nacisteis? Os invito a entrar en esta página web donde podréis ver el cielo sin contaminación lumínica y retroceder en el tiempo hasta el momento que queráis. https://stellarium-web.org/
Marina García Miranda
